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De niño me encantaba escuchar a mi abuelo contar cosas de la guerra.
Tenía una forma de narrar que me dejaba quieto, absorto, como si me asomara a un mundo que ya no existía.
Pero lo que más recuerdo no eran las historias…
sino cómo las terminaba.
Siempre, al final, me miraba serio y decía:
“Nene, que sepas que todo esto es mentira.”
No hablaba del relato, ni de la guerra.
Hablaba del mundo. De la vida.
De todo esto que nos esforzamos tanto por sostener.
Luchamos, amamos, trabajamos…
para luego morir.
Eso decía él.
Y aunque sonaba derrotado, también sonaba sincero.
Como si ya lo hubiera visto todo, y no esperara nada más.
Yo no entendía del todo lo que quería decir.
Pero la frase se me quedó grabada como una semilla.
Y ahora, años después, resuena en mí de otra manera.
No como cinismo.
No como tristeza.
Sino como una invitación a mirar el mundo con una distancia sagrada.
Como quien sabe que todo esto es pasajero,
pero el modo en que lo vivimos… no lo es.
Cuando lo visible no basta para explicar lo que sentimos.
La apertura sensorial o existencial
El estanque y la piedra
A veces me siento fuera de mí.
Como si lo que veo no fuera del todo mío.
Como si las personas, los objetos, incluso el espacio entre las cosas…
fueran parte de un decorado.
Y yo estuviera observando desde la butaca, sin intervenir demasiado.
No es desconexión.
Es otra forma de presencia.
Una especie de atención en segundo plano,
como si algo en mí estuviera esperando a ver cómo se desarrolla la escena.
En esos momentos, me viene la frase de mi abuelo.
“Todo esto es mentira.”
Y no es que lo crea al pie de la letra.
Pero hay algo en ese mensaje —crudo, desengañado, pero verdadero—
que me hace estar más despierto.
Miro lo que sucede a mi alrededor como quien observa un estanque.
Y me fijo en las piedras que caen.
Las que lanzo yo.
Las que lanzan otros.
Y sobre todo, en las ondas.
En cómo se expanden.
En cómo me llegan.
En cómo a veces se cruzan y otras se desvanecen sin tocar nada.
Y entonces me pregunto si, al final,
la vida no será eso: ondas.
Ecos de algo más profundo.
Reflejos de lo que no vemos.
No sé si todo es mentira, como decía mi abuelo.
Pero sí sé que lo importante no siempre es lo que ocurre,
sino cómo lo resuena dentro de mí.

El vínculo con el otro o con el alma
El que se sienta un poco más atrás
No me he retirado del mundo.
Trabajo, río, converso, me implico.
Pero muchas veces —más de las que digo—
me siento un paso detrás de mí.
Como si algo en mí viviera desde el borde,
mirando con atención cómo se mueve todo.
No me siento superior.
Ni fuera de juego.
Me siento… testigo.
Como si estuviera aquí solo para observar lo que pasa.
Para ver cómo las cosas se desarrollan solas,
cómo se expanden o se quiebran,
cómo las intenciones generan ondas
y esas ondas, a veces, llegan hasta mí…
y otras, no.
No dejo de actuar.
Pero no actúo por impulso.
Actúo cuando la onda me atraviesa con sentido.
Y he descubierto que vivir así —sin estar atrapado del todo en la escena—
no me enfría. Me afina.
Me hace ver detalles que otros pasan por alto.
Me hace sentir la energía invisible entre las palabras,
entre los gestos, entre las miradas.
A veces, lo confieso, me gustaría entregarme sin filtros.
Meterme del todo en el río.
Pero sé que mi naturaleza es otra.
No vine a correr.
Vine a percibir.
Y a veces, eso duele.
Porque uno ve cosas que preferiría no ver.
O siente cosas que otros no están dispuestos a sentir.
Pero también ocurre lo contrario:
a veces veo belleza donde nadie la ha notado.
Un gesto leve. Un silencio lleno.
Una vibración que no se dice,
pero que queda flotando como verdad.

La visión ampliada o trascendental
Lo real no siempre se toca
Con los años he comprendido que quizás mi abuelo tenía razón.
Que todo esto es mentira…
si lo miras desde donde él lo miraba:
desde el cuerpo que envejece, desde el esfuerzo que no basta,
desde la guerra que lo rompió todo y después se olvidó.
Pero también he comprendido algo más.
Que tal vez no es que todo sea mentira.
Tal vez lo que es mentira es lo que creemos que es real.
Esa idea de que la vida es lineal, justa, previsible.
Ese teatro que dice que si luchas mucho, serás feliz.
Que si amas bien, no sufrirás.
Que si trabajas duro, todo encajará.
Eso es lo que se cae.
Eso es lo que mi abuelo había visto derrumbarse una y otra vez.
Y por eso me lo dijo, con ternura y sin esperanzas.
Pero yo, que no lo viví como él,
me quedé con su frase… y la llevé hacia otro sitio.
Porque sí, hay algo en este mundo que es mentira.
Pero hay otra parte —silenciosa, sutil, invisible—
que vibra con verdad.
Está en las ondas.
En lo que permanece cuando ya no hay palabras.
En lo que duele sin herida.
En lo que emociona sin causa.
A veces lo llamo alma.
O símbolo.
O resonancia.
Otras veces no le pongo nombre,
pero sé que está ahí.
Y entonces entiendo que no vine a vivir “lo real” como lo describe el mundo.
Vine a sentir lo real detrás de lo visible.
Y para eso, a veces, hay que salirse un poco.
Observar.
Y confiar en lo que no se puede tocar,
pero te toca.

Epílogo – La integración final
Todo esto es mentira… pero lo que vibra, no
A veces camino por la calle y todo me parece un decorado.
Las fachadas, las personas, las conversaciones.
Y me viene la frase.
La de mi abuelo.
“Todo esto es mentira.”
Pero ya no la escucho como él la decía.
Ahora la oigo desde otro lugar.
Como si una parte de mí supiera que sí…
que todo esto es transitorio, frágil, mutable,
pero que eso no lo hace menos valioso.
Porque en medio de esa “mentira”
hay cosas que vibran de verdad.
Un gesto sin interés.
Una emoción que no se puede explicar.
Un silencio que abraza.
Un instante que se queda.
Y entonces no me importa que nada dure.
No me importa que todo pase.
Porque cuando algo me toca el alma, ya ha sido real.
Aunque no se pueda probar.
Aunque no se repita.
Aunque el mundo diga que no cuenta.
Así que sí.
Tal vez todo esto sea mentira.
Pero yo estoy aquí.
Presente.
Atento.
Y dispuesto a sentir de verdad lo que no se puede poseer.

Tal vez esto no era nuevo para ti.
Tal vez lo intuías desde hace tiempo… y solo necesitabas una forma de decirlo en voz baja.
Si es así, me alegra haberte acompañado un tramo del camino.