Contenido Show
Este texto no es un homenaje a la vida, ni una reflexión sobre la muerte.
Es una carta entre dimensiones.
Un susurro a quien me acompaña en silencio…
y que, cuando llegue su momento, sabrá abrazarme sin temor.
Una conversación íntima con lo invisible que, a veces, camina a nuestro lado.
Le he hablado a la muerte
Le he hablado a la muerte.
Le he dicho: “Hola, ¿qué tal estás? Encantado de conocerte. Un día de estos te pediré salir, pero por ahora… quiero seguir cortejando a tu hermana.”
Tengo un problema con la muerte… y es que no la veo como enemiga.
Sé que está ahí. No acechando, ni agazapada. Tampoco esperándome con paciencia.
Está ahí como está el cielo: presente aunque no lo mires, constante aunque lo ignores.
Y siento que me acompaña donde vaya, junto a La Vida, como una tercera voz en un diálogo interior.
Entre los tres reímos, lloramos, nos consolamos.
A La Vida la conozco bien.
Me sorprende, me agota, me conmueve.
Pero también observo —desde esa otra mirada que se afina con los años—
que cuando me toque “salir” con su hermana,
también será fascinante.
Tengo un problema con la muerte, sí.
Porque no la reconozco como final.
No me engaño: amo a La Vida.
Quiero cuidarla, honrarla y seguir cortejándola
hasta que nuestro amor se complete.
Pero he vivido pequeños romances con la muerte.
Instantes donde ella se acercó,
sin drama, sin oscuridad.
Y por eso sé que, cuando llegue el momento de entregarme a ella,
será una experiencia de entrega, no de pérdida.
Cuando me acoja en su abrazo —ese abrazo sin tiempo—
sé que volveré a ver a los míos.
A mi madre. A mis abuelos. A los amigos que se adelantaron.
Y sí, también a Boby, mi perro,
que seguro me recibe con esa alegría
que solo los animales saben sostener para siempre.

Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Ansel Adams
No aprendí a temerla. Me enseñaron a hacerlo.
Tengo un problema con la muerte…
porque me han enseñado a temerla.
Me han dicho que no mire para allá.
Que no piense. Que no hable de ella.
Me han hecho creer que relacionarse profundamente con La Vida
es peligroso, porque eso nos hace vulnerables a La Muerte.
Pero llegó un momento en que entendí que eran la misma cosa.
Dos rostros de un mismo rostro.
Dos manos del mismo cuerpo.
Una en albor, otra en recogimiento.
Y cuando por fin lo comprendí,
desaprendí a temerlas a las dos.
Ya no me escondo de la Vida.
Ya no huyo de la Muerte.
¿Sabes por qué tengo un problema con la muerte?
Porque me duele lo que veo.
Niños inocentes que se van demasiado pronto.
Padres, madres, hijos, interrumpidos sin aviso.
Guerras que arrasan.
Animales que sufren lo que nunca debieron conocer.
Y la naturaleza —esa madre de todos—
no se achica: la estamos empujando al borde.
La estrechamos, la contaminamos,
le robamos el pulso como quien corta el oxígeno a lo que respira.
No se retira porque quiera irse.
Se está apagando porque ya no la escuchamos.
Y sí, me duele.
Me duele profundamente.
Pero al mismo tiempo, algo dentro de mí sabe
que ninguno de ellos se va solo.
Que todos son sostenidos, acompañados,
trascendidos a un lugar que aún no conocemos…
pero que algunos de los míos ya están gozando.

Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Ansel Adams
Lo que habita entre dos mundos
Tengo un problema con la muerte…
y es que ya no me parece un problema.
Es un misterio.
Sí.
Pero no un castigo.
No un error.
No un “fin”.
Es el pliegue en la tela de lo que somos.
A veces abrupto, a veces suave.
Pero siempre parte del diseño.
Cada vez más, siento que la muerte es la vida en otro plano,
en otro idioma,
en otra partitura que aún no sabemos leer.
Y aunque no sé cómo será,
intuyo que será verdad.
Porque ya la he presentido.
En sueños.
En despedidas que no fueron del todo.
En intuiciones que no se pueden contar,
pero que dejan eco.
Y si alguna certeza me ha traído esta reflexión es esta:
ya no se trata de entender.
Se trata de estar en paz.
Y yo —sin solemnidad, sin pose, sin tragedia—
creo que lo estoy.

Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Ansel Adams
Epílogo: Cuando me llegue el turno
Cuando me llegue el turno,
quiero que sea sin miedo, sin resistencia, sin drama.
Con los ojos cerrados pero el alma abierta.
Y si puede ser,
con una sonrisa silenciosa que diga:
“Gracias por esperarme. Ya estoy listo.”
Tengo un problema con la muerte, sí.
Y es que ya no la veo como final…
sino como una continuación natural del amor.
Una transformación.
Una cita que ya está fijada desde antes de nacer,
y que cuando llegue,
será también una forma de regresar.
Me gusta vivir.
Me gusta La Vida.
Y precisamente porque la amo,
ya no temo a La Muerte.

Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Sarah Moon
Tal vez esto no era nuevo para ti.
Tal vez lo intuías desde hace tiempo…
y solo necesitabas una forma de decirlo en voz baja.
Si es así, me alegra haberte acompañado un tramo del camino.