Luz detrás del cristal

“A veces, basta mirar por la ventana de un autobús para sentir que la ciudad está hecha de almas disfrazadas. Y que, bajo la rutina, aún vibra algo inmenso que no hemos olvidado del todo.”
“A veces, mientras esperamos algo, lo que realmente sucede… es que empezamos a ver.”
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Debbie Fleming Caffery

A veces observo sin mirar.
Y al hacerlo, el mundo se vuelve otra cosa.
Como si detrás de los rostros y los gestos hubiese un idioma secreto,
una energía que intenta hablarme sin palabras.
Este texto nace ahí:
en esa pausa donde la mirada ya no juzga… solo escucha.

Ver desde el silencio también es una forma de recordar quiénes somos

Donde la luz se disfraza de rutina

Algunas mañanas, cuando subo al autobús que me lleva al trabajo, algo dentro de mí se activa sin pedir permiso.
No tiene que ver con el trayecto, ni con los semáforos, ni con la hora.
Es más bien un estado: una disposición silenciosa para mirar.

Me acomodo junto a la ventanilla —siempre que puedo—
y dejo que mi mirada se pierda en lo cotidiano.
No busco nada.
Simplemente observo.
Observo con ese tipo de atención que no se entromete, que no analiza, que no etiqueta.

Veo cuerpos. Rostros. Prisas. Cansancio. Alegrías tímidas. Disputas internas que se reflejan en gestos fugaces.
Personas que caminan absortas.
O que esperan, quietas, como si el tiempo se les hubiera detenido encima.

Y sin embargo… no es eso lo que realmente veo.

Porque mientras la ciudad se despliega ahí fuera, algo en mi interior comienza a hacer otra cosa:
desviste a cada figura de su carne, de su ropa, de su historia aparente.
No por desprecio, ni por frialdad, sino por deseo de comprender más allá de lo que se ve.

Y entonces surge una imagen que se ha vuelto recurrente en mí:
no veo cuerpos, veo luz.

Luz caminando. Luz contenida. Luz disfrazada de rutina.
Luz que va al supermercado.
Luz que bosteza en mitad de una calle anónima.
Luz que no sabe que lo es.

No es una metáfora barata.
Ni un consuelo espiritual para una realidad que a veces duele.
Es algo que siento.

Hay días en los que me es imposible no ver a los demás como una especie de campo energético con forma humana,
una presencia que ha olvidado su origen pero que sigue emitiendo señales.

Y esas señales… me atraviesan.
Me obligan a contemplar sin juicio.
A reconocer que —aunque no los conozca—
comparto con ellos algo esencial.

Una textura invisible.
Un anhelo callado.
Una raíz común.

Dicen que el alma no necesita ojos para ver.
Y a veces, desde el autobús, tengo la certeza de que eso es cierto.
Porque lo que veo no me entra por los ojos, sino por otra parte más silenciosa de mí.

Una parte que no habla, pero que recuerda.
Recuerda que todos venimos de lo mismo.
Y que tal vez lo único que hacemos, al caminar por esta ciudad,
es intentar volver a ello.

“Hay miradas que no buscan respuestas. Solo confirmar que la luz sigue ahí.”
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Debbie Fleming Caffery

Universos que caminan sin saberse

A veces, sin que lo decida,
mi atención se posa sobre una persona concreta.
No porque destaque.
Sino porque algo en ella vibra distinto,
y mi alma lo reconoce.

Una señora mayor con el rostro vencido,
un repartidor con la mirada ausente,
un joven que sonríe solo frente a una pantalla que no puedo ver.

Y entonces sucede algo silencioso:
esa persona deja de ser una silueta.
Se convierte en un umbral.
Un umbral a otra historia.
Una que no conozco, pero que adivino.

Empiezo a imaginar su dolor, su ternura, sus contradicciones.
Me los imagino más allá del personaje,
más allá del día, del rol, del nombre.

Y en ese instante fugaz,
dejo de ver a un individuo,
y empiezo a sentir la presencia de un universo entero.

Cada persona que veo es un mundo en movimiento.
Un cosmos portátil.
Un mapa sin leyenda lleno de senderos secretos, de ruinas, de templos, de fuegos apagados.

Y no puedo evitar sentir respeto.
No por lo que han hecho.
Ni por lo que muestran.
Sino por lo que han tenido que sostener sin que nadie lo vea.

Por las batallas que se libran en silencio.
Por las cicatrices que no se presumen.
Por el simple hecho de seguir caminando.

Dicen que somos microcosmos.
Pero yo no estoy tan seguro.
Yo creo que somos cosmos completos,
inacabados, inexplorados,
llenos de galaxias interiores que aún no sabemos nombrar.

Y lo más asombroso es que esos universos…
se cruzan a diario sin saludarse.

Un segundo de mirada.
Un roce accidental.
Una espera compartida.

Nos rozamos…
pero no nos vemos.

Y sin embargo, saber que eso sucede,
que esos encuentros invisibles existen,
me conecta.

Porque aunque parezcamos separados,
algo en nosotros se reconoce, incluso en el olvido.

 

“No estaba pensando. Solo respirando… como si recordara algo que aún no sabe.”
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Rinko Kawauchi

Si recordáramos lo que somos

Y a veces —solo a veces—
cierro los ojos en medio del trayecto
y me permito imaginar.

Imagino qué pasaría si todos fuésemos conscientes de lo que somos realmente.
Si supiéramos que debajo de la prisa
y del “no llego”
y del “no puedo”
hay una luz intacta,
una semilla inmortal esperando brotar.

Imagino una ciudad donde la gente no camina con miedo a sentir,
donde no nos da vergüenza emocionarnos,
donde ser sensible no es un problema,
sino una forma superior de estar presente.

Imagino una humanidad donde nadie necesita demostrar nada,
porque todos recuerdan que no vinieron aquí a ser perfectos…
sino a ser humanos.

Y entonces me hago preguntas que no buscan respuesta,
solo espacio dentro de mí:

¿Qué pasaría si cada vez que cruzáramos la mirada con alguien,
lo hiciéramos reconociendo en sus ojos
esa chispa olvidada que también habita en los nuestros?

¿Y si entendiéramos que el árbol, el perro callejero,
la anciana con su carrito,
la bocina que suena a lo lejos,
todo forma parte del mismo campo vivo?

Sé que suena utópico.
Pero también sé que esa visión —aunque parezca lejana—
no está fuera, sino dentro.

Y que recordarla, aunque sea por un instante,
nos cambia.
Nos devuelve algo.
Nos reubica.
Nos humaniza sin discursos.

Y entonces, justo cuando estoy a punto de bajar del autobús,
miro una vez más por la ventana.
Y ya no veo solo la ciudad.
Veo el reflejo de lo que podríamos ser.

Y por un instante, eso basta.
Para creer.
Para quedarme en silencio.
Para seguir caminando.

“A veces el mundo no se ve. Se intuye desde adentro.”
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Sebastião Salgado

Epílogo: El cristal como espejo

Hay un momento, siempre breve,
en el que el cristal del autobús deja de ser solo una superficie transparente.
Se convierte en algo más.

Ya no separa.
Ya no aísla.
Ya no es la frontera entre “ellos” y “yo”.

Es espejo.

Y en ese reflejo
no solo veo mi rostro,
sino también la posibilidad
de una humanidad que aún no se ha olvidado del todo de su luz.

Una humanidad que, aunque herida, distraída, desconectada…
aún guarda dentro la certeza de que somos más que apariencia.

Más que prisa.
Más que piel.
Más que historia.

Y si ese espejo, por un instante, logra recordármelo…
entonces el viaje ha valido la pena.
Aunque solo sea el trayecto de cada mañana.
Aunque solo dure unas cuantas paradas.

“No era el mundo el que se ocultaba tras el cristal… era yo quien empezaba a verme.”
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Sebastião Salgado

Tal vez esto no era nuevo para ti.
Tal vez lo intuías desde hace tiempo…
y solo necesitabas una forma de decirlo en voz baja.
Si es así, me alegra haberte acompañado un tramo del camino.

Total
0
Shares
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Prev
Cuando casi me recuerdo
Pentti Sammallahti

Cuando casi me recuerdo

"A veces, por una grieta en el tiempo, algo muy antiguo se asoma

Next
Maestros que no sabían que eran maestros

Maestros que no sabían que eran maestros

"Hay personas que llegan a nuestra vida para ponernos a prueba