La Vida despues del miedo

“Desde niño sentí que la muerte no era un tema lejano. Fue una herida que abrió preguntas demasiado pronto, y que hoy, sin certezas, se convierte en una reverencia serena hacia lo que aún no entiendo.”
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Pentti Sammallahti.

No siempre las grandes preguntas llegan cuando uno está preparado.
A veces aparecen cuando aún no sabes ni cómo formularlas.
Y entonces lo único que puedes hacer es sentir.
Sentir que algo se ha roto.
O que algo ha despertado.
Este texto nace de ese lugar:
donde el miedo a la muerte se cruzó con el hambre de sentido,
y donde, con el tiempo,
el misterio dejó de ser una amenaza…
para volverse compañía.

Una historia real sobre el miedo a desaparecer, la necesidad de sentido, y la rendición tranquila ante el misterio de la muerte

Donde algo se quiebra

La primera vez que sentí miedo a la muerte no fue porque muriera un familiar.
Ni por un accidente cercano.
Fue porque murió alguien a quien yo quería sin conocerlo:
Fofó, el Payaso de la Tele.

Yo tenía cinco años.
Y cuando vi en la tele que se había ido, algo en mí se descolocó.
No entendía cómo alguien tan bueno, tan querido, tan lleno de luz podía dejar de existir.
Mi mundo de niño se resquebrajó.
No lo supe entonces, pero fue mi primera grieta en la fe ciega de que todo seguiría bien.

Cuatro años después murió Félix Rodríguez de la Fuente.
Otra figura de mi infancia, otro héroe lejano, otro protector que la muerte no respetó.
Ahí sentí algo más hondo.
No solo tristeza.
Sentí rabia.
Sentí que la muerte era injusta, arbitraria, indeseable.
Una fuerza que no distinguía entre lo necesario y lo prescindible.

Y ahí, sin darme cuenta, empezó algo:
una especie de peregrinaje silencioso hacia dentro.
Porque si la muerte no perdonaba ni a los buenos…
entonces necesitaba entenderla.

Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Pentti Sammallahti.

Cuando el alma pide sentido

Durante mucho tiempo, no hablé con nadie de esto.
¿Quién iba a tomarse en serio a un niño que sentía angustia por la muerte?
Yo mismo pensaba que lo que me pasaba no era normal.
Pero el silencio no calmaba nada.
Solo escondía la inquietud.

Hasta que un día, a los diecisiete años, cayó en mis manos un libro.
Raymond Moody.
Y de repente, una luz.
No una respuesta, pero sí una grieta nueva por donde el miedo respiraba distinto.

Si lo que ese doctor contaba era cierto —si había quienes morían y volvían contando lo que había más allá—
entonces la muerte no era un corte. Era una transición.
Y por primera vez, la vida entera comenzó a tener sentido.

A partir de ahí, entré en una espiral.
Leía todo lo que podía sobre experiencias cercanas a la muerte, reencarnación, almas errantes.
Buscaba, leía, anotaba, subrayaba, soñaba.
Me obsesioné.

No lo hacía para creer en algo.
Lo hacía porque necesitaba que el absurdo dejara de doler.
Y en esa búsqueda, me fui volviendo extraño para los demás…
y algunas veces, también para mí mismo.

Mi mente estaba muy viva.
Demasiado.
Tanto, que empecé a ver cosas.
Presencias en los márgenes. Silencios que pesaban.
Y aunque siempre pensé que era imaginación…
una parte de mí no dejaba de preguntar:
¿y si no lo era?

Al final me expuse tanto que tuve que soltar.
Cerrar libros.
Callar.
Pasar al otro lado del espectro.
Volverme escéptico.

Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Pentti Sammallahti.

Cuando ni la razón sabe cerrar la puerta

Me saturé. Me volví escéptico.
Pensé que tal vez todo eso no era más que una construcción del cerebro.
Una forma biológica de suavizar el fin.
Un último regalo químico para morir sin pánico.

Y por un tiempo, eso me bastó.
Estaba más tranquilo creyendo que lo que veía, lo que sentía,
era solo mi mente intentando calmarse.

Hasta que una psiquiatra —de esas con peso académico—
hablando en una entrevista, defendía esa misma postura.
Todo está en el cerebro, decía. Todo es físico, neurológico.

Pero alguien del público le preguntó:
“¿Cómo explica usted que haya personas con el cerebro clínicamente inactivo
que describen con detalle lo que ocurrió en el quirófano?
Que sepan lo que pasa en otras habitaciones, que recuerden nombres, frases, detalles imposibles…”

Ella se quedó en silencio.
Y entonces dijo:
“Eso aún no lo podemos explicar…
pero llegará el día en que lo hagamos.”

Y ahí algo en mí se quebró.
No de dolor, sino de humildad.
Porque incluso la ciencia —tan rigurosa, tan segura—
dejaba un hueco por donde se colaba la misma pregunta.

Desde entonces, ya no intento cerrar la puerta.
Ni con dogmas… ni con datos.

Solo dejo que el misterio respire.
Y eso me basta.

Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Pentti Sammallahti.

Una mirada transpersonal

Con los años descubrí que hay formas de mirar la vida que no encajan ni en la religión ni en la ciencia.
Formas que no pretenden explicar para dominar,
sino para acompañar lo que duele desde dentro.

Ahí encontré la psicología transpersonal.
Una corriente que no habla del alma como dogma,
sino como dimensión real de la experiencia humana.
Y desde ahí, muchas cosas comenzaron a ordenarse de otra manera.

Comprendí que aquel miedo infantil a la muerte no era solo miedo al fin,
sino miedo a no haber empezado realmente a vivir.
Miedo a que todo fuera absurdo.
Y que la búsqueda de sentido no era una rareza mía,
sino una forma legítima del alma de pedir guía.

La psicología transpersonal no niega las visiones, ni las intuiciones, ni las experiencias cercanas a la muerte.
Las reconoce como puertas.
No siempre comprensibles, pero sí significativas.

Y así entendí que lo que viví no era patología.
Era apertura.
Que esa obsesión con lo invisible no era evasión,
sino un intento profundo de recordar algo que ya sabía
aunque no supiera ponerle nombre.

Hoy miro todo aquello con otra conciencia.
No necesito saber si era real.
Me basta con honrar lo que provocó en mí.

Porque a veces, lo importante no es saber si la luz viene de fuera o de dentro,
sino que hubo luz.

Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Pentti Sammallahti.

La quietud después del umbral

Hoy no necesito explicarlo todo.
Tampoco negarlo.
Solo sé que lo vivido me transformó,
y que cada paso que di —incluso los más confusos—
fue parte de un proceso mayor.

Un proceso que no era lineal,
ni lógico,
ni fácil de compartir con otros.
Pero que tenía dirección.
Tenía alma.

Y si algo me ha enseñado todo este recorrido
es que no siempre estamos buscando respuestas…
a veces estamos volviendo a casa.

No tengo pruebas de que la vida siga después de la muerte.
Pero sí tengo signos.
Síntomas.
Resonancias.
Y una intuición tan antigua como la propia vida,
que me dice, en voz baja,
que quizás nada termina,
sino que todo cambia de forma.

Y con eso,
hoy,
respiro en paz.

Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Pentti Sammallahti.

Tal vez esto no era nuevo para ti.
Tal vez lo intuías desde hace tiempo… y solo necesitabas una forma de decirlo en voz baja.
Si es así, me alegra haberte acompañado un tramo del camino.

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