Cuando me vaya, que sea despierto

“Desde niño he sentido que este mundo me queda un poco grande. Por eso he pensado muchas veces en cómo morir. Este texto no es oscuro: es lúcido. Y quizá, incluso, un poco tierno.”
Figura de espaldas frente a una ventana abierta, en una habitación austera, con luz suave.
Cuando me vaya, que sea despierto
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Pentti Sammallahti.

Hay personas que sienten desde siempre que este mundo les queda un poco estrecho. No por tristeza, sino por lucidez.
Este artículo no habla de la muerte como fin, sino como presencia discreta. Una que a veces aparece en un mareo, una reacción alérgica o una frase de abuela. Y que, si se la mira sin miedo, puede incluso arrancar una sonrisa.

Una reflexión serena —y con algo de humor— sobre la muerte como parte de la vida, y el deseo íntimo de irse con conciencia… y dignidad.

No quería entrar

Hay quienes llegan a este mundo con el freno echado.

Hay ideas que no llegan con el tiempo.
Llegan contigo.

Nacen en silencio, se te pegan al alma como un aliento que no es del todo tuyo, pero que respiras igual.

Desde pequeño he fantaseado con mi propia muerte.
No desde el miedo, ni desde la tristeza.
Desde la consciencia.
Desde una certeza antigua que no sabría explicar con palabras médicas ni con razones psicológicas.

Simplemente, siempre he sentido que este mundo no me termina de sentar bien.

Nací de pies.
En casa.
Como se hacía antes en las zonas rurales.

La comadrona —que entonces se llamaba así— tuvo serios problemas para “sacarme”.
Mi madre y yo estuvimos al borde.
Pero nos quedamos.

Y con el tiempo he pensado que eso ya decía algo.
Que yo no quería venir.
Que algo en mí ya sabía que este lugar no sería del todo mío.

Nací de pies. Como si algo en mí ya supiera que este mundo no era del todo mío.
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Pentti Sammallahti.

La muerte como compañera

No la temo. Solo quiero estar presente cuando llegue.

Desde entonces, la muerte no me da miedo.
Me acompaña.
No como sombra, sino como horizonte.

No le he hablado, pero la he sentido cerca.
No como amenaza, sino como posibilidad.

A veces pienso en cómo me gustaría irme.
Y no, no quiero desaparecer sin darme cuenta.
No quiero morir dormido, como desean tantos.
Yo quiero estar. Sentir. Saber.

Quiero notar cómo el cuerpo se va apagando.
Quiero despedirme del aire.
Escuchar si hay algo al otro lado.
Y si no hay nada…
pues entonces quedarme despierto hasta el último instante, solo para saber cómo se siente desaparecer.

Ese deseo no nace de la tristeza.
Nace de la presencia.
De la certeza de que hay algo sagrado en mirar la muerte de frente.

Quizá por eso no me escandalizan las muertes.
Me duele la pérdida, sobre todo la de quienes apenas han comenzado.
Pero en general… me cuesta llorar.

No lo digo con orgullo.
Lo digo con honestidad.

No la temo. Solo quiero estar presente cuando llegue.
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Pentti Sammallahti.

Ensayos breves del final

Morirse por un momento cambia la forma en que se vive.

He pasado por situaciones en las que creí que iba a morir.
Y no lo digo con drama. Lo digo con cierta simpatía… vista desde hoy.

Una vez me levanté tan rápido de la cama que toda la habitación comenzó a dar vueltas.
Un mareo brutal.
Me desplomé.
Y mientras todo giraba, pensé:
“Qué faena para mis familiares encontrarme así, en calzoncillos, tirado junto a la cama…”

Unos años más tarde, con problemas de cervicales, los mareos regresaron.
Igual de intensos, igual de inquietantes.
Esa vez lo pensé de verdad:
“¿Así que va a ser así?”

Es una frase que escuché en la película Las Sesiones.
El protagonista, inmóvil, siente cómo se le apaga el cuerpo y susurra esa línea.
Sin miedo.
Sin rabia.
Solo aceptación lúcida.
Desde entonces, esa frase me acompaña.

¿Así que va a ser así?

Hace poco, ya en África, tuve una reacción alérgica a un medicamento.
Nunca había tenido una.
Mi cuerpo empezó a picar entero, los labios se me hincharon, los ojos casi se cerraban.
El corazón iba como un tambor fuera de sí.

Eran las tres de la mañana.
No quería molestar a nadie.
Pensé: “Esto pasará.”
Pero no pasaba.

Así que me duché, me puse ropa interior limpia —porque uno nunca sabe—,
y me tumbé en el sofá…
esperando lo que no se nombra.

Y otra vez, la pregunta:
“¿Será así esta vez?”

Pero el cuerpo no siempre quiere irse.
Apareció el instinto de supervivencia.
Llamé, pedí ayuda, golpeé puertas.
Me llevaron al hospital.
Un pinchazo.
Todo volvió a su sitio.

Y aún conservo una lección de mi abuela.
Cuando iba a la capital, me decía:

—¿Nene, vas a ir vestido así?
—¿Y por qué no?
—Bueno… cámbiate de calzoncillos por lo menos, no vaya a ser que te pase algo.

Las abuelas de entonces… siempre buscando que uno diera la mejor cara, incluso en un accidente.

No lo entendí entonces.
Ahora sí.

No era pudor.
Era dignidad.
Era su forma de enseñarme que si me iba… que al menos lo hiciera bien vestido.

Porque uno nunca sabe. Que la muerte no te pille sin dignidad.
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Pentti Sammallahti.

Epílogo – Por si acaso no vuelvo

No he escrito esto por tristeza.
Ni por superstición.
Lo he escrito porque hay algo en imaginar la muerte que me reconcilia con la vida.

No quiero que nadie llore por mí.
No quiero frases hechas ni homenajes.
Solo quiero haber vivido de forma que, cuando me toque irme, no sea un escándalo… sino un silencio limpio.

Si pudiera elegir —y sé que a veces se puede—, me gustaría irme como quien se retira de una sobremesa larga.
Cuando ya no queda nada más por decir y la luz ha cambiado en la sala.

Sin discursos.
Sin ropa ajustada.
Sin el alma encogida.

Y si hay algo al otro lado,
ojalá me encuentre preparado.
Y si no lo hay…
al menos que me lleven con calzoncillos limpios y una última frase absurda flotando en el aire.

Me gustaría irme como quien se retira de una sobremesa larga.
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Pentti Sammallahti.

Tal vez esto no era nuevo para ti.
Tal vez lo intuías desde hace tiempo… y solo necesitabas una forma de decirlo en voz baja.
Si es así, me alegra haberte acompañado un tramo del camino.

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