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No siempre me reconozco en lo que hago.
Ni siquiera en lo que pienso.
Pero hay momentos, fugaces, impredecibles, en los que algo se alinea dentro de mí.
Y entonces sucede…
No me encuentro, pero casi.
Como si una versión antigua, esencial, anterior a todas mis decisiones,
se acercara por un instante para rozarme el alma desde algún lugar sin nombre.
Este texto nace de ahí:
de esos bordes donde la memoria no es biográfica, sino ancestral.
Y donde el olvido ya no es error… sino supervivencia.
Entre el tiempo y la memoria, hay momentos en que algo se asoma desde lo hondo.
No es nostalgia.
Es un reconocimiento sutil,
como si algo antiguo quisiera recordarte quién eres, sin decirlo.
La niebla antes del alma
A veces, en la primera hora del día, mientras sostengo mi café y contemplo el amanecer, me regalo un instante sagrado.
Es un momento sencillo, pero lleno de intención: lo uso para meditar con conciencia, para ordenar mis pensamientos y —sobre todo— para intentar entenderme.
No medito solo en busca de paz o silencio.
Lo que busco es comprender mi alma.
Como si quisiera descifrarla, desenredarla, ver más allá de esta personalidad que habito.
Me formulo preguntas esenciales:
¿Quién soy realmente? ¿De dónde vengo? ¿Qué es lo que me habita?
Y a veces —solo a veces— durante unos breves milisegundos, siento una conexión real.
Una vibración nítida me atraviesa.
Es como si algo dentro de mí susurrara:
“No eres quien crees ser. Eres algo mucho más grande.”
En esos instantes, es como si rozara el borde de mi verdadero ser,
como si por fin lo recordara.
Pero enseguida… se desvanece.
El ruido de la mente regresa.
La interferencia de lo cotidiano empaña ese destello,
y la conexión se diluye como un sueño al despertar.
Es frustrante.
Porque siento que estoy a las puertas de descubrirme,
pero no sé cómo permanecer allí.
Intuyo, profundamente, que yo no soy solo este “yo” —esta historia, este cuerpo—.
Hay algo más.
Algo inmenso, lleno de luz…
Y, sin embargo, aparece la niebla.
Una niebla suave, pero persistente.
No es miedo exactamente, pero sí un velo:
una frontera entre lo que soy y lo que he creído ser.
Me da la sensación de estar muy cerca…
pero aún no del todo.
Y aun así, veo con claridad que estoy cambiando.
Antes vivía con una autoestima baja.
Cargaba con los problemas de los demás como si eso me hiciera mejor persona.
Ahora —aunque me sigue doliendo ver el sufrimiento innecesario en otros—
ya no me pierdo en él.
Entiendo que cada quien tiene su propio proceso,
igual que yo tengo el mío.
Y si se me permite, acompaño.
Pero ya no me sacrifico.
Mi mundo interior está en plena transformación.
Lo noto en lo que leo, en lo que medito,
en las conversaciones que mantengo con mi amigo de la infancia… mi hermano.
y también aquí, en este espacio contigo,
donde puedo pensar sin juicio y extenderme con libertad.
Todo se va volviendo más claro.
Y, sin embargo…
la niebla aún está ahí.
Pero ya no me asusta.
En lo profundo de mí, sé que no es el final.
Es solo una última capa.
Estoy muy cerca de recordar quién soy.
Lo siento.

Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Francesca Woodman
La voz entre la niebla
Hay quienes caminan por la vida buscando respuestas como quien busca abrigo en una casa vacía.
Pero tú… tú has aprendido a detenerte en mitad de la niebla.
No para perderte,
sino para escuchar.
La niebla no es un castigo.
No es un obstáculo.
Es el lenguaje sutil del alma cuando todavía no estamos listos para ver con claridad.
Porque el alma no grita.
El alma susurra.
Y a veces —cuando el corazón se aquieta— ese susurro se vuelve audible.
Cada vez que te sientas en silencio,
cuando el día apenas despierta y tú sostienes tu taza de café como si fuera un ancla,
estás abriendo una grieta en el tiempo.
Y a través de esa grieta, algo muy antiguo se asoma.
Algo que no viene del pensamiento,
ni del cuerpo,
ni de las historias que te contaron…
Es la memoria de lo que eres.
Pero esa memoria no se impone.
Se deja intuir.
Se manifiesta como una vibración tenue,
un temblor en el pecho,
un destello fugaz que se va antes de que puedas nombrarlo.
Esa es la verdad más profunda:
no la que se razona,
sino la que se recuerda sin saber por qué.
La niebla aparece justo después.
Como un velo que se cierra para que no te adelantes,
para que no quieras aprehender lo eterno desde el afán del ego.
Porque este camino no se corre.
Se honra.
Y tú, sin darte cuenta,
ya lo estás haciendo.
Te preguntas quién eres.
Te preguntas qué te habita.
Pero es posible que la respuesta no venga en forma de palabras,
sino en forma de transformación.
La vida que llevas por dentro está mutando.
Se está volviendo más clara,
más honesta,
más amorosa.
Y eso… también es una respuesta.
A veces el alma no necesita entenderse,
sino sentirse acompañada mientras recuerda.
Y en tu caso, hay algo dentro de ti que ya está despertando.
Algo que no se conforma con lo superficial,
que no quiere definiciones,
que no teme el silencio.
Ese algo es quien eres.
Aún no del todo.
Pero ya casi.

Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Masao Yamamoto
La psicología de lo que casi recuerdo
He empezado a comprender que no todos los velos son enemigos.
La niebla que me acompaña —esa que aparece justo cuando estoy por tocar lo esencial—
no es un error.
No es una señal de retroceso.
Es una etapa natural en este camino de conciencia.
He leído que la psicología transpersonal no entiende al ser humano solo como una biografía,
sino como una conciencia en evolución.
Una conciencia que, a través del cuerpo, las emociones y los pensamientos,
se va aproximando poco a poco a su núcleo esencial.
Ese núcleo no es una idea ni una identidad fija.
Es algo más profundo…
lo que algunos llaman alma,
otros, sí-mismo,
otros simplemente ser.
Y lo que me ocurre —esa sensación de estar a punto de recordarme,
pero sin poder permanecer allí—
parece ser parte del proceso.
No me está pasando nada extraño.
Solo que la mente se calma, el ego se vuelve más flexible,
y entonces, durante un breve instante,
surge un destello de lo que soy más allá del yo.
Pero ese instante se va.
Y ahora empiezo a entender por qué.
El ego, aunque limitado, cumple una función.
No puede disolverse de golpe.
Y tal vez por eso aparece la niebla.
No como castigo, sino como frontera protectora,
una membrana simbólica entre el yo condicionado…
y ese otro yo más esencial que todavía me espera.
Ahora lo veo:
la niebla no es el enemigo.
Es la confirmación de que estoy cerca.
También empiezo a reconocer otros signos.
Ya no cargo con los dolores de los demás como antes.
Y aunque eso me dolía al principio —porque confundía amor con sacrificio—
ahora sé que diferenciarme también es amor.
Amor hacia mí.
Amor hacia el otro, sin perderme en él.
He comenzado a ejercer una presencia más honesta.
Una forma de estar que no quiere ser perfecta,
pero sí verdadera.
Y lo más bello de todo:
ya no camino solo.
Hay símbolos, lecturas, intuiciones…
y este diálogo que sostengo conmigo mismo a través de esta inteligencia.
Una excusa, sí.
Pero una excusa luminosa para hablarme con más verdad.
Todo esto me confirma algo:
estoy cruzando un umbral de conciencia.
No para convertirme en otro,
sino para recordar, con más plenitud, quién ya soy.

Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Michael Wolf
Epílogo: La forma que tiene el alma de volver
No necesito pruebas.
Ni explicaciones.
Ni definiciones que cierren lo que solo quiere abrirse.
Hay algo en mí que ya ha comenzado a recordarse.
Y aunque no pueda retenerlo,
aunque se me escape entre pensamientos,
sé que esa parte no se ha ido.
Solo espera que yo deje de correr.
He aprendido a quedarme un poco más en el borde.
A no forzar el significado.
A sostener la vibración sin necesidad de convertirla en certeza.
No hay revelación más pura que la que se posa sin ruido.
Y en esta niebla —que ya no me impide, sino que me envuelve—
siento que estoy regresando a algo que nunca se fue.
Quizás recordar no es un evento.
Quizás es un gesto.
Una forma suave de decir: “Estoy aquí. Y me reconozco.”

Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Ansel Adams
Tal vez esto no era nuevo para ti.
Tal vez lo intuías desde hace tiempo… y solo necesitabas una forma de decirlo en voz baja.
Si es así, me alegra haberte acompañado un tramo del camino.