Aquellos niños del mapa

“De niño, soñaba con ser amigo de todos los niños del mundo que veía en un viejo libro escolar. Hoy, viajando por culturas lejanas, comprendo que también yo soy ahora parte de ese mapa.”
“Allí empezó el viaje que aún no termina.”
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Rinko Kawauchi

Cuando era pequeño, me perdía durante horas en un viejo libro de texto de mi madre. Allí, sobre un mapa del mundo, niños de distintos continentes sonreían en sus trajes tradicionales.
Yo soñaba con ser amigo de todos ellos, jugar sin fronteras, entender su mundo, aprender su forma de vivir.
Años después, viajando por tierras lejanas, descubro algo que nunca imaginé: el niño curioso que soñaba abrazar el mundo, hoy también es abrazado por él.

Un recuerdo de infancia que se convirtió en viaje real: de soñar con abrazar el mundo a ser parte de él.

Entre mapas y sueños

Un rincón de la infancia donde el mundo cabía entero entre dos páginas.

Cuando era pequeño, solía refugiarme en un rincón de la casa donde descansaban los libros viejos de mi madre.
Entre ellos, uno en particular me atrapaba: un manual escolar, de páginas amarillentas y olor a tiempo.
Allí, desplegado entre sus hojas, un mapa del mundo dibujado mostraba niños de todos los continentes, vestidos con sus trajes tradicionales.

Me detenía en cada figura: los turbantes, las túnicas, los adornos brillantes, los rostros de piel tan distinta a la mía.
No había prisa. Podía pasar largos minutos observando los pliegues de una vestimenta, la expresión serena de un rostro, el gesto alegre de unas manos extendidas.
Aquel mapa no era solo un dibujo. Era un portal silencioso a un mundo que intuía vasto, vivo y lleno de latidos.

Mientras los adultos conversaban o realizaban sus tareas, yo viajaba en silencio, sin moverme del suelo de la casa.
Imaginaba ser su amigo. Imaginaba correr descalzo por desiertos lejanos, compartir frutas dulces bajo un sol que no conocía, inventar juegos en idiomas que aún no podía entender.
A veces cerraba los ojos y me veía allí, entre ellos, sin diferencias, como uno más.
No sabía sus nombres, pero sentía que nos unía algo que ningún mapa podía dibujar: la alegría de descubrirnos.

En aquellos ratos perdidos, en aquella casa silenciosa, aprendí sin saberlo que el mundo era mucho más grande —y más hermoso— que las calles por donde caminaba cada día.

“Pequeños mundos escondidos entre hojas gastadas.”
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Rinko Kawauchi

La necesidad de pertenecer

Algunas sedes no se calman leyendo. Piden ser vividas.

Crecí con la certeza silenciosa de que algún día caminaría por esos lugares que tanto soñaba.
No era una ambición de conquista, ni siquiera de aventura: era una necesidad de encuentro.
Quería saber cómo sonaba su risa, cómo olía su pan recién hecho, cómo se enredaban sus palabras en el aire tibio de las tardes.

Mientras otros soñaban con ser héroes, astronautas o futbolistas, yo soñaba con ser espectador del mundo.
No para quedarme al margen, sino para empaparme de su vida, sin alterar nada, como quien escucha una melodía antigua sin atreverse a interrumpirla.

La música tradicional, los platos lejanos, las historias mínimas que llegaban a mis oídos eran, durante años, la manera de calmar esa sed.
Pero en el fondo lo sabía: la verdadera experiencia estaba más allá de los libros, más allá de los documentales, más allá de todo lo que podía imaginar desde la distancia.
Había que salir.
Había que poner el cuerpo en el mundo.

Y aunque no lo sabía entonces, en ese anhelo sencillo estaba también el eco de una herida más profunda:
el deseo de pertenecer a un lugar sin necesidad de renunciar a mí mismo.

“Una brújula para volver siempre al asombro.”
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Rinko Kawauchi

Cuando el mundo también te mira

Al buscar, uno se convierte sin querer en parte de lo buscado.

Con el tiempo, el mundo se abrió ante mí como se abren las flores cuando nadie las mira.
Y fue entonces cuando descubrí algo que de niño no podía imaginar: yo también era observado.

En cada mercado, en cada calle de tierra roja, en cada esquina donde me detenía a contemplar, había ojos curiosos que me devolvían la mirada.
Los niños se acercaban, me sonreían, preguntaban por mi país, por mi vida, por mis sueños.
Algunos apenas pronunciaban palabras; bastaba el gesto, la risa tímida, el roce fugaz de una mano en el brazo.

Comprendí entonces que nadie es solo espectador.
Que al caminar hacia el otro, también dejamos que el otro camine hacia nosotros.
Que al asombrarnos ante sus vidas, ofrecemos, sin quererlo, nuestra propia vida como motivo de asombro.

Éramos reflejos.
Éramos espejos tendidos de continente a continente, de corazón a corazón.

El mapa que de niño observaba con los ojos llenos de sueños había cobrado vida.
Pero ya no era un dibujo estático sobre el papel:
era una danza mutua de miradas, de presencias, de pertenencias que no necesitan bandera.

“Caminos que esperan nuestra mirada tranquila.”
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Rinko Kawauchi

Epílogo – Los niños del mapa

Algunas promesas se cumplen sin hacer ruido.

Hoy, cuando miro atrás, no pienso en los kilómetros recorridos ni en los lugares visitados.
Pienso en aquellas tardes de infancia, sentado en el suelo, viajando sin moverme, soñando amistades imposibles sobre un mapa amarillo.

Y sonrío.

Porque de alguna manera, aquel niño que quería ser amigo de todos, lo ha sido.
No en la forma grandiosa que imaginaba, sino en gestos pequeños: una conversación rota en varias lenguas, una comida compartida, una mirada que se reconoció sin palabras.

Quizá pertenecer no sea otra cosa que esto:
dejar que el mundo nos mire, como nosotros lo miramos a él, y descubrir que en ese intercambio silencioso también nos transformamos.

Al final, los niños del mapa nunca estuvieron tan lejos.
Solo esperaban a que yo creciera lo suficiente para alcanzarlos.

“Para el viajero que nunca dejó de ser niño.
Para el mapa invisible que guiaba sus pasos sin que él lo supiera.
Que el asombro siga siendo siempre tu brújula secreta.”

“El mundo que soñé estaba más cerca de lo que creí.”
Imagen original creada por AIImageryLab para Island404, inspirada en la estética de Rinko Kawauchi

Tal vez esto no era nuevo para ti.
Tal vez lo intuías desde hace tiempo… y solo necesitabas una forma de decirlo en voz baja.
Si es así, me alegra haberte acompañado un tramo del camino.

Nota: “Las imágenes que acompañan este texto fueron creadas respetando el tono emocional de la obra, permitiendo que el color suave habitara en ellas.”
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